Mientras el continente se prepara activamente para acoger la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP27, que se celebrará este año en Sharm el-Sheikh, Egipto, del 7 al 18 de noviembre de 2022, todas las señales apuntan en rojo sobre el impacto del cambio climático en África, que se ha convertido en una preocupación candente cuyas consecuencias son cada vez más palpables. De ahí la urgencia de actuar y de aumentar la financiación para la adaptación.

Hasta la fecha, se multiplican las conferencias, debates e informes para preparar y llevar la voz de África a la COP27.
Varios líderes africanos denunció la ausencia de los jefes de los países industrializados en la cumbre de Rotterdam (Países Bajos). Organizada en apoyo de la adaptación de África al cambio climático, los líderes del continente abogaron, en particular, por obtener más fondos dos meses antes de la COP27 de Egipto.
"No puedo dejar de constatar con amargura la ausencia de los dirigentes del mundo industrializado, ya que ellos son los principales contaminadores de este planeta, ellos son los que deben financiar la adaptación" lanzó Macky Sall, Presidente en el de la Unión Africana y Presidente de Senegal, durante la inauguración de la cumbre.

En comparación con otras regiones del mundo, África es el continente menos resistente al cambio climático debido a un alto nivel de vulnerabilidad y un bajo nivel de preparación.
"El continente africano es el que menos incide en el cambio climático, pero paradójicamente sufre la mayoría de las consecuencias de estos flagelos", declaró Félix Tshisekedi, Presidente de la República Democrática del Congo (RDC).
Varios líderes africanos señalan con el dedo el fracaso de la comunidad internacional a la hora de cumplir los objetivos de la COP21 de París en 2015. Es decir, contener, de aquí a 2100, el calentamiento global muy por debajo de los 2 grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales, e idealmente limitarlo a 1,5 grados. Pero según la Organización Meteorológica Mundialel calentamiento podría alcanzar entre 2,5 y 3 grados.
A largo plazo, si nada cambia, las consecuencias serán grave para el continente. Así, en 2030, hasta 118 millones de personas que viven en la pobreza extrema (con menos de $1,90 al día) estarán expuestos a sequías, inundaciones y calor extremo.. De aquí a 2050, el cambio climático podría provocar un descenso adicional del producto interior bruto de hasta 3%.

Comprometerse con el clima sin comprometer su desarrollo es la postura que África pretende defender en la COP27.
"África pierde entre 5 y 15 puntos de crecimiento del PIB per cápita debido al cambio climático y sus efectos conexos. Por eso el continente necesita unos 1,6 billones de dólares, de aquí a 2030, para cumplir los compromisos adquiridos por cada país durante el Acuerdo de París", recordó Kevin Urama, economista jefe y vicepresidente de el BAfD (Banco Africano de Desarrollo). Insta a los países desarrollados a colmar el "déficit de financiación de la lucha contra el cambio climático".
En su informe publicado en julio con el título "De camino a la COP27: situar a África en el debate mundial sobre el clima", el Fundación Mo-Ibrahim mostró que es esencial que los futuros compromisos climáticos tengan en cuenta el contexto específico del continente africano, incluidas sus perspectivas de desarrollo deseadas, y también incorporen el importante papel que el continente puede desempeñar en un futuro con bajas emisiones de carbono a nivel mundial.

En Fundación Mo Ibrahimque aboga por la buena gobernanza en el continente, considera que la transición energética en África debe basarse tanto en las energías renovables como en el gas natural, la energía fósil menos contaminante.
África representa actualmente 17% de la población mundial, pero sólo 6% del suministro mundial de energía. Afrontar este déficit energético, aunque considerando la lucha contra el calentamiento global, requiere movilización los vastos recursos renovables del continente.
Las promesas no se cumplen. Durante la COP de Copenhague en 2009, los países ricos se comprometieron a pagar 100.000 millones al año a los más pobres. Más de diez años después, las cuentas siguen sin cuadrar.